
EL MECHÓN DE CABELLOS
Frente a la puerta de entrada a mi casa, hay tres pequeños escalones que desembocan a la acera, y por debajo del último escalón descubrí un día el mechón de cabellos negros y gruesos que parecía salir de una muy delgada grieta bajo el pesado y torpe bloque de cemento.
Primero pensé que la suciedad de la ciudad lo había arrastrado hasta ese lugar oscuro y pegajoso. Pero al tratar de jalarlo con repulsión sentí que estaba firmemente adherido a la apretada grieta.
La sensación fue tan desagradable que recurrí a la ridícula acción de cortarlo al ras. Pero aquí comenzó la pesadilla, porque en los siguientes días se me hizo evidente que el mechón estaba volviendo a crecer, pero más grueso y parejo como un fleco humano, haciendo desvanecer toda mi justificación tranquilizadora de una inmundicia de la calle. Y la ilusión de que brotaba una mata de cabello del cemento se volvió concreta y horriblemente inquietante.
Inundado en asco lo jalé enérgicamente, pero el mechón no cedía y puedo decir que la experiencia fue violenta, y perturbadora.
La temperatura subió y bajo repetidas veces por mi cuerpo y tuve la sensación de que en ese momento el cielo se nublaba y el mundo perdía su brillo como si estuviera descendiendo a una realidad más opaca o a una viscosa depresión repentina.
Abandoné de inmediato la tarea pero durante todo el día fui incapaz de deshacerme de esa sensación de asco y profunda tristeza.
El sentimiento era tan opresivo y ridículo que no me atreví a contarle a nadie sobre el mechón de cabello.
Era tan ridículo. Y mi reacción tan impertinente y patética.
Ya tenía yo fama en la oficina de ser hipersensible. Incapaz de sonreír cuando mi jefe me llamó “lambiscón” en una reunión de trabajo. Mi solemnidad y falta de humor había clavado tan fuertemente ésta palabra bromista en mi imagen ante los compañeros del periódico que desde entonces no había sido capaz de remendarla.
Fue un día difícil. Volví a casa totalmente agotado y deprimido en busca de un refugio. Pero al llegar a la puerta me encontré de reojo con el mechón de cabello. No me atreví a mirarlo detenidamente. De noche se asemejaba más a la suciedad urbana que yo deseaba que fuera.
Entré y caminé por la casa sin prender la luz como solía hacer cuando me encontraba sumido en ese estado emocional. Me desnudé y vestí rápidamente con los harapientos pants que uso para dormir, alumbrado únicamente por el resplandor anaranjado pálido de la calle. Pero en el baño tuve que encender la luz, pues es oscuro como una cueva y casi inmediatamente mi corazón dio un vuelco cuando encontré el sucio piso de mosaicos regado con cabellos sueltos.
Pasé la mano por la superficie húmeda y una maraña de pelos ásperos quedó adherido a mi mano. Sin embargo algunos cabellos aislados se levantaron atorados entre los polígonos de mosaico como si de éstas uniones finas y mohosas crecieran pelos obscenos.
Sentí una punzada de alarma mientras corrí al espejo y miré con la cara tensa si me faltaba cabello. No parecía haber ningún cambio muy visible aunque era obvio que mi cabello era cada vez más escaso y los signos de la edad estaban hinchado feamente la textura de mi rostro. Pero me sentí verdaderamente asustado cuando vi la expresión de mis ojos: habían perdido de golpe su brillo, estaban embotados y totalmente asimétricos.
Me desesperé y dejé llevar por una oleada de autocompasión mientras me recriminaba haber llagado a la mitad de los cuarentas totalmente sólo, sin haberme casado jamás, ni haberme comprometido con la vida de nadie.
Mi decadencia era inminente y en ese momento la percibía como una exasperante desintegración lenta de mi cuerpo.
Apagué la luz y me arrastré a la cama sin haber realizado antes mis rituales, sin haberme lavado los dientes y sin haber orinado. Totalmente entregado a mi soledad y mi miseria.
La cama me acogió piadosa y mientras me estiraba sentí el placer tántrico de desintegrarme bajo las sábanas. Sentía los pies a metros de distancia como si no me pertenecieran, se entumecieron mis brazos y el resto de mí parecía hundirse placenteramente en el colchón como si pesara una tonelada… Me levanté de pronto, crispado de los nervios al sentir que las sábanas estaban también invadidas de cabellos.
Encendí la luz de la lámpara y me cercioré de esa obscena maraña de cabellos negros y largos adheridos por estática y hasta clavados impúdicamente en la sábana.
Era obvio que no se trataba de mis cabellos cortos y delgados de hombre envejecido. Pensé con odio enfermizo en la sucia mujer oscura que limpiaba mi casa dos veces a la semana.
¡Que carajos había estado haciendo en mi cama! ¡en el baño! ¡en toda la casa!
La sucia evidencia dejaba un hedor agrio a burda santería.
¡Pero si yo jamás le había hecho nada malo! ¡jamás le había hecho daño a nadie en toda mi vida!
Me sentí víctima de un embrujo torpe y mal intencionado. Del horror pasé a la furia y corrí a limpiar los pelos del baño. Pero con la luz cruel comencé a descubrir cabellos saliendo de todas las grietas de la vieja casa.
Grité como un animal mientras intentaba arrancarlos de todas las paredes y rincones sucios de la casa. Pero la labor era interminable porque cada vez parecían crecer nuevos en más lugares.
Estaba totalmente fuera de mi cuando salí al porche y me dispuse a arrancar de tajo el mechón de la escalera de la calle, y jalé desesperadamente la mata que había crecido monstruosamente como una peluca insolente hasta que de la raíz comenzó a brotar sangre.
Lo que sucedió después es muy confuso. Tengo cortas imágenes en mi memoria de gentes, policías y finalmente de los hombres fornidos que me trajeron al hospital donde vivo ahora. Donde me raparon desde el primer día la cabeza para que dejara de arrancarme el cabello. Pero yo no tengo ningún recuerdo de haber hecho eso, a pesar de las costras rojizas en mi cuero capilar. Ni de la historia que ellos se han inventado y que yo finjo aceptar simplemente porque ya no tengo fuerzas para seguir luchando.
Me han dicho que ese día encontraron el cadáver medio enterrado de mi esposa en el sótano. Que la tumba era bastante reciente, que había sido asesinada a golpes y arrancado hasta la sangre el cabello, que sobresalía muerto y polvoso de la improvisada tumba, y no se que tantos detalles mórbidos de ese cuento que me hace reír hasta las lágrimas, porque yo jamás me he casado. Ojalá lo hubiera hecho.
Alejandro Valle
25 agosto 2009
Hola! Claro que te recuerdo, qué gusto saber de un nuevo proyecto tuyo! Ya estoy ansiosa de saber, me encantará verlo :D
ResponderEliminarPues yo sigo revoloteando, sigo experimentando y creando con mi fotografía y ahora un poco con artes plásticas, apenas tuve una pequeña participación en una exposición urbana en España y estoy muy contenta, ahora estoy en proceso de inspiración para algún próximo proyecto que aún no defino, pero espero que pronto surja algo emocionante.
Me dá mucho gusto saber de tí, estaré muy al pendiente de tu trabajo, eso es un hecho.
Espero pronto saber más.
Te mando un abrazo y muchos polvitos mágicos.
Zavet Monroy
P.D. Me encantó esto del mechón de cabellos
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